ingrassia/colovini on 11 Dec 2000 06:16:49 -0000


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[nettime-lat] cyborgs


Mutaci�n de actividades, nuevas formas de organizaci�n o
DEL PROLETARIADO AL HOMBRE-M�QUINA

Toni Negri & Michael Hardt



Mutaci�n del trabajo


La generalizaci�n del r�gimen de f�brica -leyes que rigen las relaciones de producci�n propias del capitalismo- se ha visto acompa�ada por un cambio de naturaleza y de cualidad de los procesos de trabajo. En nuestras sociedades, el trabajo tiende cada vez m�s a hacerse inmaterial -intelectual, afectivo, tecnocient�fico, en definitiva, trabajo de cyborg. La mutaci�n actual de la naturaleza del trabajo se caracteriza por redes de cooperaci�n cada vez m�s intrincadas, la integraci�n del trabajo de apoyo y protecci�n en todos los escalafones de la sociedad y la informatizaci�n de un largo abanico de procesos de trabajo.
Marx intento aferrar esta mutaci�n a trav�s del concepto de 'general intelllect', pero debe quedar claro que este tipo de trabajo, pese a que tiende hacia la inmaterialidad, es tan f�sico como intelectual. Se integran al cuerpo tecnologizado ap�ndices cibern�ticos que terminan formando parte integrante de aqu�l. Las nuevas formas de trabajo son inmediatamente sociales en la medida en que determinan directamente las redes de cooperaci�n productiva que generan y regeneran la sociedad.
En el preciso momento en que los discursos dominantes lo marginan, el concepto de trabajo parece reafirmar su posici�n en el coraz�n del debate. Parece evidente que el proletariado industrial ha perdido la posici�n central que ocupaba en la sociedad, que la naturaleza del trabajo y sus condiciones han sufrido mutaciones profundas, ciertamente, que lo que llamamos trabajo ha cambiado considerablemente. Ahora bien, estas mutaciones, lejos de marginar al concepto de trabajo, le devuelven una acentuada preeminencia. El hecho de que la primera ley de la teor�a del valor -que intentaba comprender nuestra historia en nombre de la preeminencia del trabajo proletario y de su reducci�n cuantitativa a medida del desarrollo capitalista- no tenga vigencia, no niega toda una serie de hechos, de tendencias y de constantes hist�ricas: ni, especialmente, que la organizaci�n del Estado y de sus leyes depende en gran medida de la necesidad de construir un orden de reproducci�n social que descanse sobre el trabajo, ni que la forma del estado y sus leyes cambian en funci�n de las mutaciones que sufre la naturaleza del trabajo. Los horizontes monetarios, simb�licos y pol�ticos que a veces se intenta que sustituyan a la ley del valor como elementos constitutivos del lazo social, logran efectivamente excluir al trabajo de las esferas te�ricas, pero, en cualquier caso, no pueden excluirlo de la realidad.

El trabajo como substancia com�n


De hecho, en la era postindustrial, en el instante en que el sistema capitalista y la sociedad -f�brica se generalizan y triunfa la producci�n asistida por ordenador, la preeminencia del trabajo y la difusi�n de la cooperaci�n social por toda la sociedad se vuelven totales. Lo que nos lleva a una paradoja: en el momento en que la teor�a ya no tiene en cuenta el trabajo, �ste ha acabado convirti�ndose en todas partes en la substancia com�n. La teor�a evacua el problema del trabajo mientras que �ste alcanza su m�xima fuerza en tanto sustancia de la acci�n humana sobre toda la Tierra. Est� claro que no s�lo la teor�a del valor se ve barrida por este punto de referencia total -si tenemos en cuenta la imposibilidad de reconocer en el trabajo una transcendencia efectiva (o incluso simplemente conceptual)-, sino tambi�n que esa inmersi�n en el trabajo constituye el problema esencial, no s�lo econ�mico y pol�tico, sino tambi�n filos�fico. El mundo es trabajo. Cuando planteaba que el trabajo es la substancia de la historia humana, Marx se equivocaba no por exceso de audacia, sino por pusilanimidad.

Nuevas subjetividades


Como respuesta a las recientes y profundas mutaciones de la sociedad contempor�nea, muchos autores (a menudo alineados bajo la bandera imprecisa de la posmodernidad) sostienen que debemos abandonar las teor�as del sujeto social para no reconocer la subjetividad salvo en t�rminos puramente individualistas -�o que la ignoremos por completo!. A nuestro entender, tales argumentos han podido reconocer acaso la existencia de una verdadera mutaci�n, pero han sacado de ello una conclusi�n err�nea. Dicho de otro modo, la victoria del programa capitalista y la subsunci�n efectiva de la sociedad en el capital han generalizado efectivamente las leyes del capital y sus formas de explotaci�n, delimitando tir�nicamente las fronteras de los verdaderos posibles, cerrando el mundo de la disciplina y del control y transformando a la sociedad en un sistema "sin afuera", como dir�a Foucault. Pero este mismo hecho orienta al sujeto y al pensamiento cr�tico hacia una nueva tarea: la construcci�n de s� mismo, en forma de nuevas m�quinas de producci�n positiva del ser desprovistas de todo medio de expresi�n, pero que disponen de una nueva manera de constituirse, de una revoluci�n radical. La crisis del socialismo, la crisis de la modernidad y la crisis de la ley del valor no niegan los procesos de valorizaci�n social y de constituci�n de la subjetividad, as� como no condenan indefectiblemente (con una hipocres�a imperdonable) a estos procesos a la explotaci�n. Es m�s, estas mutaciones imponen nuevos procesos de constituci�n del sujeto -ya no fuera, sino dentro de la crisis que vivimos, es decir, la que sufre la estructura de las viejas subjetividades. En este nuevo espacio cr�tico y conceptual, una nueva teor�a de la subjetividad puede expresarse- y esta nueva definici�n de la subjetividad es, adem�s, una gran innovaci�n te�rica en el programa del comunismo.
Marx evoca, de hecho, la cuesti�n de la subjetividad en sus obras. Marx teoriz� un proceso de constituci�n de las clases que ya estaba establecido hist�ricamente. En sus obras m�s importantes, en especial en El Capital y en los Grundrisse, el inter�s que dedicaba a las pr�cticas subjetivas estaba en gran medida determinado por dos necesidades: en primer lugar, poner de relieve la necesidad objetiva de los procesos de subjetividad; y, en segundo lugar, en consecuencia, desterrar del horizonte de la acci�n proletaria toda referencia ut�pica. En la pr�ctica, sin embargo, estas dos necesidades revelan una paradoja omnipresente en el pensamiento de Marx, paradoja que consiste en confiar la liberaci�n de la subjetividad revolucionaria a un "proceso sin sujeto". Podr�a pensarse que Marx termin� haciendo del nacimiento y la evoluci�n de la subjetividad revolucionaria y del advenimiento del comunismo los productos de una especie de "historia natural del capital". Es evidente que el desarrollo de este an�lisis marxiano est� lleno de errores. En realidad, Marx, que atribu�a como origen de su filosof�a la lucha contra la transcendencia y la alienaci�n, y que consideraba el movimiento de la historia humana como una lucha contra toda forma de explotaci�n, presentaba tambi�n, por el contrario, la historia bajo la especie del positivismo cient�fico, en el orden de la necesidad econ�mico-realista. Negaba de tal forma al materialismo esa inmanencia absoluta que constituye su dignidad y sus fundamentos en la filosof�a moderna.
Hay que aferrar la subjetividad desde la perspectiva de los procesos sociales que estimulan su producci�n. El sujeto, como bien comprendi� Foucault, es a la vez un producto y productivo, constituye las vastas redes del trabajo en sociedad y viceversa. El trabajo es a su vez sujeci�n y subjetivaci�n -"el trabajo de s� mismos sobre s� mismos"- de forma que hay que desechar toda idea de libre arbitrio o de determinismo del sujeto. La subjetividad de define simult�neamente tanto por su productividad como por su productibilidad, tanto por sus capacidades de producir como de ser producida.

Nuevas formas de organizaci�n


Considerando las nuevas cualidades de los procesos de trabajo en la sociedad y los nuevos ejemplos de trabajo inmaterial y de cooperaci�n social en sus diferentes formas, podemos comenzar a percibir otros circuitos de valorizaci�n social y las nuevas subjetividades que se desprenden de esos procesos. Tal vez algunos ejemplos nos permitan aclarar este punto. En una serie coherente de estudios llevados a cabo en Francia sobre las recientes luchas pol�ticas de las enfermeras de los hospitales y de otras instituciones m�dicas, diversas autoras hablan de un"valor de uso particular del trabajo de las mujeres". Estos an�lisis demuestran que el trabajo realizado, esencialmente por mujeres, en los hospitales y otras instituciones m�dicas presupone, crea y reproduce, valores de uso particulares -o, m�s bien, la atenci�n dedicada a ese tipo de trabajo ilumina un terreno de producci�n del valor en el que las componentes extremadamente t�cnicas y afectivas de ese trabajo se han vuelto esenciales para la producci�n y la reproducci�n de la sociedad, llegando a hacerse irremplazables. A lo largo de sus luchas, las enfermeras no s�lo han planteado el problema de sus condiciones de trabajo, sino que tambi�n han puesto sobre el tapete la cualidad de su trabajo, con relaci�n no s�lo al paciente (deben responder a las necesidades de un ser humano que se enfrenta a la enfermedad y a la muerte), sino tambi�n a la sociedad (utilizan las pr�cticas tecnol�gicas de la medicina moderna). Pero es fascinante poner de manifiesto que, durante el combate sostenido por las enfermeras, esas formas particulares de trabajo y ese terreno de valorizaci�n han producido nuevas formas de organizaci�n y una figura del sujeto fundamentalmente original: la "coordination". La forma espec�fica que asume el trabajo de las enfermeras, desde un punto de vista tanto afectivo como tecnocient�fico, en vez de encerrarse en s� mismo, ilustra perfectamente hasta qu� punto los procesos de trabajo determinan la producci�n de la subjetividad.
Las luchas de los activistas contra el SIDA se colocan sobre el mismo terreno. Act-up y los dem�s componentes de lucha contra el SIDA en los EEUU no se conforman con criticar las acciones mundo m�dico y cient�fico en los dominios de la investigaci�n sobre el SIDA y el tratamiento de la enfermedad, sino que han intervenido adem�s directamente en el dominio t�cnico y han participado en los esfuerzos cient�ficos. "No s�lo intentan reformar la ciencia ejerciendo presiones exteriores", escribe Steven Epstein, "sino tambi�n practicar la ciencia desde dentro. No s�lo impugnan los usos de la ciencia, o el control que se ejerce desde �sta, sino a veces su contenido y sus procesos de producci�n" (Democratic Science?AIDS Activism and the Contested Construccion of Knowledge, pg.37). Todo un amplio sector del movimiento de lucha contra el SIDA se ha especializado en las cuestiones cient�ficas y m�dicas y los tratamientos ligados a la enfermedad, de forma que estos militantes no s�lo pueden vigilar precisamente su estado de salud, sino tambi�n para que se pongan a prueba tratamientos particulares, se pongan al alcance medicamentos determinados y se tomen nuevas medidas para el esfuerzo de prevenci�n, cura y derrota de la enfermedad. El grado t�cnicocient�fico enormemente alto del trabajo de los miembros de este movimiento abre el camino a una figura del sujeto, una subjetividad que no s�lo desarrolla las capacidades afectivas necesarias para vivir con la enfermedad y ense�ar a otros sujetos, sino que tambi�n asimila las t�cnicas cient�ficas de punta. Cuando consideramos el trabajo como inmaterial, extremadamente cient�fico, afectivo y colectivo (o, en otros t�rminos, ponemos de manifiesto sus relaciones con la vida y con las formas de vida y hacemos de �stas una funci�n social de la comunidad), observamos que de los procesos de trabajo se derivan la elaboraci�n de redes de valorizaci�n social y la producci�n de otras subjetividades.
La producci�n de la subjetividad es siempre un proceso de hibridaci�n y, en la historia contempor�nea, ese h�brido productivo se produce cada vez m�s en la interfaz entre el ser humano y la m�quina. En nuestros d�as, la subjetividad, despojada de todas sus cualidades aparentemente org�nicas, surge de la f�brica en forma de un brillante ensamblaje tecnol�gico. Robert Musil escrib�a hace d�cadas: "Anta�o, uno se acostumbraba de forma natural a las condiciones que nos estaban reservadas, y era una manera muy sana de llegar a ser uno mismo. Pero, en nuestros d�as, todo est� desquiciado, todo est� cortado del suelo que lo ha nutrido; en lo que ata�e a la producci�n del alma, se deber�a, en fin, sustituir el artesanado tradicional por la inteligencia que suponen la m�quina y la f�brica" (El hombre sin atributos). La m�quina forma parte integrante del sujeto, no es un ap�ndice, una especie de pr�tesis -otra cualidad-; es m�s, el sujeto es ser humano y m�quina hasta su n�cleo, su naturaleza. El car�cter tecnocient�fico del movimiento de lucha contra el SIDA y la naturaleza cada vez m�s inmaterial del trabajo social general indican la nueva naturaleza humana que circula por nuestro cuerpo. El cyborg es hoy el �nico modelo que nos permite teorizar la subjetividad. Cuerpos sin �rganos, hombres sin atributos, cyborgs: son �stas las figuras subjetivas producidas y productivas en el horizonte contempor�neo, las que son hoy capaces de comunismo.
De hecho, comprender el verdadero proceso hist�rico nos libra de toda ilusi�n sobre la "desaparici�n del sujeto". Cuando el capital ha absorbido completamente a la sociedad, cuando la historia moderna del capital ha terminado, la subjetividad, motor de la transformaci�n del mundo por el trabajo e indicador metaf�sico de los poderes del ser, nos anuncia que la historia no ha terminado. O, mejor dicho, la teor�a de la subjetividad vincula �ntima y necesariamente esa frontera a esta revoluci�n, cuando atraviesa el territorio desolado de la subsunci�n real y sucumbe, por juego o con angustia, a los encantos de la posmodernidad, mientras ve, en lugar de l�mites insuperables, pasos necesarios en la reactivaci�n de los poderes del ser por parte de la subjetividad.



El Viejo Topo, junio 1998, � 119
Publicado en Bloc Note, n�12, abril-mayo 1996
Traducci�n de Ra�l S�nchez