ricardo dominguez on Fri, 29 Nov 2002 19:38:01 +0100 (CET) |
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[nettime-lat] Ginecocidio y anonimato: mujeres asesinadas en Ciudad Juárez |
La Jornada Semanal, domingo 24 de noviembre del 2002 núm. 403 Israel Covarrubias González el estado de las cosas Ginecocidio y anonimato: mujeres asesinadas en Ciudad Juárez Este ensayo de Israel Covarrubias se propone contribuir a la búsqueda de "una clarificación precisa y justa de todos y cada uno de los homicidios que sobrepasan la cifra de 285", y que desde hace nueve años han puesto a Ciudad Juárez al mismo tiempo en el margen y en el centro: entre la nota roja y la ineficiencia de las instituciones obligadas a frenar el ginecocidio, por un lado, y el debate político y la reflexión social, por el otro. Lo publicamos por la incuestionable importancia que tiene actuar contra la sinrazón y porque, como Covarrubias, pensamos que "los asesinatos no pueden ser comprendidos y mucho menos explicados si no se amplía el margen de análisis". Los asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez son un expediente abierto a nivel local y nacional, ya que no ha sido posible dar una respuesta coherente y satisfactoria de los hechos probablemente iniciados en 1993. Resulta dramático que las instituciones a cargo de garantizar la seguridad y la protección de los derechos como la vida, rehuyan una y otra vez la responsabilidad que les corresponde. Sin embargo, las autoridades no son las únicas que pecan de omisión. El tenue silencio de la sociedad juarense al momento de exigir respuestas jurídicas y políticas a un problema de violencia de esta magnitud, la ha llevado a privilegiar las segundas, al punto de decidir también construir este tipo de respuestas. De otra forma, ¿cómo entender que a más de nueve años del inicio de estos acontecimientos, el ritmo tanto de los asesinatos como de las desapariciones que ahora se cuentan por varios cientos de mujeres, en vez de aminorar se aceleren desmesuradamente? Dudo que alguien tenga la certeza de que, en efecto, hace nueve años comenzó todo. Lo que ocurrió en aquel entonces fue la institución de un umbral que hizo visible a los asesinatos, una emergencia en el tiempo y el espacio, pero no quiere decir que antes de 1993 no existieran. Por lo tanto, resulta falaz suponer que somos testigos de un fenómeno inédito. Lo relevante es que desde esa fecha los asesinatos tomaron cualidades y significaciones y salieron de la marginalidad que los circunscribía a las páginas de la nota roja de los periódicos locales. El paso gradual de la clandestinidad social hacia un ámbito de visibilidad que permitió su trascendencia, ha tenido una fuerte y casi total influencia de las percepciones sociales de los distintos actores sobre los asesinatos. Uno de los argumentos principales de este artículo se encamina al análisis de dichas interpretaciones. Asimismo, argüimos que son las dinámicas de las estructuras sociales, junto a una suerte de seducción social por la violencia en momentos de cambio político, los principales elementos sociológicos y políticos que, lejos de exaltar o recriminar, pudieran permitir una mejor comprensión de la violencia. La sorpresa -y esto sí es nuevo- es que no existe un actor único, responsable de la violencia. Todos lo son, pero ninguno acepta sus vergüenzas: si los responsables son todos y ninguno, las respuestas y las explicaciones devienen todas y ninguna. En un juego de aceptaciones y rechazos, la verdad desnuda perdió su sentido como objetivo final, pues la verosimilitud de los discursos y las acciones de los personajes y actores sociales que han participado, tomó por asalto el lugar de los fines: algunas veces escondiéndose, otras desapareciendo; algunas más expresando públicamente su hartazgo o intentando influir en las decisiones. De ahí que sea la reacción de los actores sociales frente a los asesinatos, junto a sus usos, abusos y disputas, los responsables de la traducción de un cuadro parcial de los hechos, propiciando con ello una suerte de bloqueo "no intencionado" respecto a una clarificación precisa y justa de todos y de cada uno de los homicidios que ya sobrepasan la cifra de 285. Por una parte, el mapa general son los asesinatos y algunos de sus territorios serán las percepciones e interpretaciones sociales. En términos fenomenológicos, diríamos que los territorios no son la traducción exacta de la cartografía y, por ende, siempre tendrán un margen de equivocación. El caso ejemplar que sobresale por su insistencia es el manejo de la cifra, convertida en una referencia central de la cuestión y en una de las especificidades de los asesinatos, cuando deviene común el término doscientas mujeres asesinadas desde 1999, a pesar de que la suma no llegaba a dicha cifra; y en el momento actual, pudiera dinamitarse a una insistencia de la misma que diría trescientas. Por otra parte, están las características de los asesinatos (mutilaciones, violaciones masivas, golpes, cercenamientos, quemaduras) que en una sociedad que cambia devienen más visibles y más relevantes. En tiempos de normalidad, siempre encontramos un menor interés y menor visibilidad de este tipo de situaciones. Pero en un contexto de cambio político y social se vuelve peligroso el ascenso de una fascinación social por la violencia, en particular, en sus aspectos corpóreos, ya que el observarla, describirla y participar de ella, directa o indirectamente, puede terminar en obsesión, rito, y también en vicio. El problema de la violencia contra las mujeres en Ciudad Juárez obliga a dar cuenta de las dinámicas y los ámbitos de expresión de las estructuras sociales propias de la frontera en donde ha tenido lugar. Sobre todo, cuando asistimos al crecimiento de la ingobernabilidad de dichas estructuras creadas por los individuos, los grupos, las organizaciones y las instituciones que componen la geografía política y cultural de la ciudad. Sin embargo, el problema y sus salidas no se agotan aquí. LOS LÍMITES DE LA racionalidad política, así como los estereotipos sobre la ciudad y la mujer ("ciudad de frontera: ciudad de perdición, mujer de frontera: libertina") que todavía encontramos a pesar de la documentación y publicación de infinidad de informes, entrevistas, artículos especializados, notas, reportajes bien documentados y detallados e investigaciones, hacen suponer que existe un carácter permanente de renuncia, y que poco o nada se puede hacer para detener la violencia contra la mujer. En este sentido, la política expresa un retraso en relación con el caso que abordamos, sobre todo cuando fue llamada porque no existía claridad en el análisis. Pareciera que con esto operaba una suerte de "patología de la distancia", al suponer que sólo la política era y es la autora intelectual de la violencia. En efecto, existe una clara responsabilidad de las instituciones y de su personal político en la organización y el desarrollo sistemático de los asesinatos, no obstante que no todos confirmen una sistematicidad como muchos imaginan, ya que también están los que son una expresión agregada que toma sus raíces en otros polos. A pesar de lo anterior, los asesinatos en su conjunto han desembocado en un verdadero ginecocidio, que puede señalarse con nombres, cargos, complicidades, protecciones y silencios. Pero derivar del cinismo autoritario el origen y el final de esta enfermedad, resulta un ejercicio extraviado. En Ciudad Juárez, la política presenta frágiles y estrechos márgenes de actuación frente a los problemas sociales generados en las últimas tres décadas, y entre los cuales se encuentran los propios asesinatos, lo que permite hablar de una errada y mal planeada estrategia de control y reproducción de sus principales canales de organización. No está de más señalar al pri como el principal tutor de dicha desorganización. Sin embargo, tampoco el pan logró equilibrar las inercias del pasado cuando tuvo a su cargo la gubernatura de Chihuahua (1992-1998). Asistimos al ascenso de una violencia en contra de la mujer que supera por mucho el modo de hacer las cosas al nivel de la política y, por ende, su entendimiento y explicación tendrán que ser buscados en otros ámbitos y no en las instancias políticas. Los asesinatos, a pesar de excluir en esta sede una decantación pormenorizada de cada una de sus formas de violencia, son un problema que adquiere la forma de una estructura social ingobernable. Por eso es necesario abocarse a dichas estructuras para saber qué tanto hay de responsabilidad en ellas y qué tanto corresponde a fenómenos sociales y de violencia más recientes, con variadas y complejas expresiones. Atribuir a la política partidaria una responsabilidad directa es plausible pero no concluyente. Primero, porque existe una coincidencia temporal entre el alba de esta violencia y el tipo particular de régimen político. Segundo, es necesario expresar que la relación entre política y violencia en contra de las mujeres es inversamente proporcional; por consiguiente, su fuerza explicativa y comprensiva resultan muy débiles. El tipo de régimen es una variable contextual pero no explicativa. Debe insistirse, aunque sólo sea una tendencia medianamente clara, en que el ginecocidio no hubiera sido posible si no hubieran existido grados relativos de autonomía de los grupos generadores de la violencia frente a los poderes legítimos. Ha sido necesaria la existencia de una determinada institucionalidad para que la autonomía tenga lugar. Es decir, la violencia se presentó cuando determinada institucionalidad estaba cambiando de rumbo y encuentra uno de sus principales puntos de entendimiento en el momento en que la autonomía política puede acelerarse en situaciones de cambio político. Sin embargo, es una condición de posibilidad, pero no total; por lo tanto, no es suficiente. Al perderse los principales canales de control político, tales como la gubernatura (en 1992 con la derrota del pri) y las principales instancias burocráticas y de apoyo como el aparato policiaco, la consecuencia es una cada vez mayor independencia de los aparatos de coerción, dentro de los cuales caen precisamente las policías. La paradoja es que éstas aún gozan de la antigua legitimidad que por mucho tiempo dieron charolas, armas, patrullas y uniformes, pero sus modos de operación, otrora predecibles y sujetos a una entidad por encima de ellas, comienzan a ser inesperados y no deseables. Mi hipótesis es que este proceso cubre en gran medida el panorama de los asesinatos. Una de sus principales características en tanto problema social, es su desarrollo en el último periodo de vida de un sistema político autoritario. La insistencia sobre el rubro ha sido débil y errada; tanto, que salvo raras excepciones rápidamente cayó en el olvido. De ahí surge el desarrollo de fenómenos que al no expulsar parte de la complejidad que los constituía, se transformaron en sistemas altamente explosivos. Lo más importante es que todos tendrán una relación directa con los asesinatos. Cabe aclarar que dichos fenómenos no nacieron fuera del sistema político que los instituyó, de modo autónomo, porque el contexto en el que cobran vida estuvo por décadas caracterizado por una enorme heteronomía; pensar lo contrario nos llevaría a la tesis clásica de los llamados "poderes paralelos". Ahora sabemos cuál ha sido el lugar de los poderes paralelos en la construcción de la política de Ciudad Juárez y del país en general. Por eso es obligado saber cuál es la intensidad de la relación entre los asesinatos y la criminalidad organizada, la migración, el industrialismo y sus consecuencias: desintegración familiar, aborto, analfabetismo, estridencia, pequeño infractor, alcoholismo, drogadicción, salud precaria, ausentismo y rotación del trabajo, problemas de hacinamiento, religiosidad, liberación de la vida afectiva y de las formas de vestir, relajamiento de la policía familiar, temprano acceso al puesto de trabajo en la fábrica, prostitución, así como la nocturnidad social propia de las ciudades industriales. Los asesinatos de mujeres no pueden ser comprendidos y mucho menos explicados si no se amplía el margen del análisis. Las descripciones y explicaciones posibles de los tipos particulares de violencia en cada uno de ellos, así como sus repeticiones y coincidencias, ayudan sólo si también consideramos todos los elementos anteriores. Por ejemplo, ¿cuántos asesinatos han tenido relación con tráfico de drogas y prostitución? ¿Podemos considerar en un mismo nivel de análisis, la sanción jurídica al presunto asesino de una mujer por asuntos de drogas que por uno de prostitución? Pienso que no. Si únicamente insistimos sobre el ámbito y la dinámica interna de los asesinatos, ¿por qué asesinan a un grupo determinado en Ciudad Juárez que toma la forma femenina? Pregunta clásica para el criminólogo o para el periodista, pero de difícil acceso para la sociología. Habría que responder con otro cuestionamiento, frágil y poroso, pero que nos acerca al núcleo central de la violencia: ¿por qué migraron a Ciudad Juárez todas y cada una de las mujeres asesinadas? La respuesta múltiple a esa pregunta es la causa principal de los mismos. Quien tenga la capacidad de responder a una arista de esta envergadura, tal vez podrá reflexionar sobre los asesinatos desde sus causas y sus efectos y, con ello, estar incluso en posición de lograr la cancelación definitiva del problema. La insistencia sobre el dinamismo interno de los asesinatos, como las variaciones en las formas de violencia, o bien las características de las víctimas (edad, ocupación, fisonomía), sugieren pensar en el deseo de encontrar las causas de los asesinatos, responder al por qué. Un enfoque de este tipo es correcto siempre y cuando no confundamos causas con fundamentos. Esta sutil pero punzante diferencia es clave para lograr una explicación que no caiga por enésima vez en los lugares comunes que caracterizan los análisis de la violencia en México. Veremos con mayor detalle el caso de la concepción feminista que, por desgracia, no ha podido diferenciar estos dos niveles de análisis. ¿De qué hablamos al referirnos a la violencia contra las mujeres? ¿De un delito contra la vida, definido jurídicamente como homicidio calificado y dentro del cual está tipificado el asesinato, al caracterizarse por los grados de alevosía cuando es cometido? Esta es la definición que el positivismo jurídico arroja sobre el asesinato, con sus pretensiones de universalidad y uniformidad, en cualquier regulación judicial moderna. Es importante señalarlo, porque la violencia se enfrenta con ella. Walter Benjamín decía que la violencia era la creadora del derecho que posteriormente la sancionaría. Pero recuérdese que no todo derecho sanciona a la violencia. En particular, es el derecho penal el que tiene la facultad constitucional de imponer penas y sanciones a la violencia. A pesar de la frialdad de un análisis circunscrito a los hechos, sin más convicción que clarificar y tejer algunos de los posibles niveles de significación del caso, es obligatorio decir que el aspecto jurídico es el menos trabajado por los actores sociales, en particular, los que provienen de la sociedad civil (grupos de apoyo, feministas, académicos, familiares de algunas víctimas). Al mismo tiempo, son las coordenadas de los castigos y sanciones lo que permite comprender mejor las implicaciones y los juicios, la organización de un concepto elemental de justicia y de la idea misma de violencia, de los encargados de las instituciones de seguridad de Ciudad Juárez y del estado de Chihuahua. Esta pretensión positiva en las confrontaciones y en la definición de la violencia también se manifiesta en los actores (feministas, académicos, prensa y familiares) antes citados que, paradójicamente, han realizado los esfuerzos más serios para desentrañar las encrucijadas del laberinto. A pesar de la borrosidad y el particular modo de criticar la visibilidad de la violencia, los actores de la sociedad civil, al tiempo de reducir sus ámbitos de significación cuando hacen uso exclusivo de la definición jurídica de la misma, permitieron dilatarlos al punto de disolver el desprecio normal de las autoridades. De ahí la resonancia nacional de los asesinatos, que superaron por mucho los contornos culturales y políticos locales. Baste recordar los acuerdos firmados por la Coordinadora de Organismos no Gubernamentales en Pro de la Mujer de Ciudad Juárez y el entonces candidato a la presidencia Vicente Fox en abril de 2000. Las demandas fueron concentradas en cuarenta y seis propuestas en los rubros de salud, educación, seguridad y protección contra la violencia, defensa de los derechos de las mujeres y su inserción en actividades de desarrollo económico. Acuerdos que, de llegar Fox a la presidencia, serían tomados en cuenta y llevados a la práctica, y cuyo incumplimiento pasa inadvertido en el conjunto de críticas a los poderes legítimos, pues tal vez ni siquiera son recordados. Por otra parte, hay una "naturalización" del desprecio por parte del poder político contra las mujeres, que encuentra su justificación en la inflexión que nunca deja de considerar como normal la particularidad de este caso de violencia, al punto de transformar actos que debieron ser castigados en actos percibidos e interpretados como inevitables. Cuando el poder político identifica a las mujeres asesinadas con una presunta doble vida social, lo inevitable de la violencia toma la forma del estigma socialmente asignado por una visión que pretende ser hegemónica. Cuando el gobierno estigmatiza a las mujeres asesinadas con el argumento de que "son putas", la consecuencia es que en Ciudad Juárez sólo existen las madres y "las otras". Bajo ningún modelo de ética social puede entenderse la idea de doble vida de las mujeres asesinadas. Eso supondría que la puta centraliza -por la sola condición de puta- el asesinato; es decir, termina siendo víctima y verdugo al mismo tiempo. De aquí que a la muerte violenta de la mujer le sucedan otras muertes que erosionan con mayor intensidad su estatuto como persona: en especial, la parte simbólica y cultural de la mujer masacrada en cada asesinato. La impunidad como regla del viejo sistema político mexicano siempre está presente en el escenario de los asesinatos. Impunidad significa no imponer la sanción jurídica correspondiente por una acción que transgrede determinada ley, ya que el acto de violencia en sí mismo no es una acción punible. En un contexto de verosimilitudes donde cualquier juicio, exigencia o interpretación son posibles y reales (pero ninguna alcanza el estatuto de monopolio), es indispensable preguntarnos el significado de las figuras visibles que el fenómeno da y, de igual forma, por el valor preciso que los actores han creado alrededor de él. Entre los puntos centrales de los asesinatos está la acción violenta, las técnicas y modos de matar a las mujeres. El abanico es complejo y va de violencia sexual a mutilaciones, pasando por quemaduras, golpes y mordidas. Al mismo tiempo, encontramos el modo preciso de asesinar entre los cuales sobresalen el estrangulamiento, el desnucamiento, la muerte por bala, el acuchillamiento. Es necesario distinguir entre formas de violencia y las formas que el asesinato adquiere, porque no toda forma de violencia lleva una muerte segura consigo. Del otro lado, en el análisis de las interpretaciones sociales sobre los asesinatos, encontramos que la mujer termina significada con un carácter marginal al ser identificada como "desconocida", "desaparecida", "violada", "torturada". En vez de hablar de una mujer, cualquiera que fuese su condición social, se hablaba de la torturada que fue encontrada en el desierto, de la desconocida que no tiene padre ni madre ni hermano que la reclame, de la violada por una banda de salteadores que tuvo la mala fortuna de cruzarse en su camino. Las violaciones colectivas en el desierto imputables a las dos bandas de choferes que ahora conocemos como responsables, llamadas "los Rebeldes" y "los Ruteros", pueden traducirse como una variante marginal de la clásica visita colectiva en la ciudad de la banda juvenil al burdel. Así pues, la violencia en contra de las mujeres en Ciudad Juárez presenta caracteres no tan nuevos como se piensa; lo nuevo es el fenómeno social en el cual esta violencia es un elemento distintivo importante. Por lo que concierne a los estereotipos y etiquetas impuestos a las mujeres, la figura de la desconocida expresa la ausencia de referentes personales que desemboquen en una elemental petición de justicia, ya que no existe ni siquiera el nombre para llevar a cabo una investigación judicial. A diferencia de la figura del desaparecido en Ciudad Juárez, la desaparecida reaparecía pero como cadáver. Sin embargo, esto ha cambiado radicalmente desde 2000 hasta hoy. Las desaparecidas son, efectivamente, personas que ya no reaparecen. Algunos analistas lo explican como parte de una estrategia bien definida de encaminar la memoria hacia el olvido, pues al no encontrar los cuerpos se pierde el sublime objeto de disputa. Esta variación de la dinámica conlleva un grave vaciamiento de la esfera pública en Ciudad Juárez, porque ahora las mujeres perdieron el derecho de aparecer en la ciudad como ciudadanas. Un primer elemento para explicar lo antes dicho, radica en la idea de diferencia y su relación con la violencia. La diferencia y las constantes acciones para borrarla deben ser un presupuesto siempre presente para ahondar una reflexión sobre la violencia, desde el momento en que se revela como un carácter básico para la vida en sociedad, cualquiera que sea su estructura (conservadora, tradicional, moderna...). Junto a la noción de diferencia está la importancia del concepto de frontera. Los asesinatos han oscilado entre los límites sociales que cualquier sociedad impone a la violencia y las fronteras entre lo prohibido y lo no prohibido, que en determinados momentos serán trastocadas o redefinidas. En el caso de Ciudad Juárez, es clave revisitar el concepto económico de zona libre. Si bien dicho concepto estaba ligado al de frontera norte incluyendo únicamente intercambios mercantiles, hoy es posible incluir en él fenómenos sociales como el que estamos considerando. Con ello será posible profundizar sobre el propio concepto de frontera y sus expresiones empíricas, como conceptos y situaciones límites desde donde iniciar una reflexión sobre la violencia: en tanto territorio jurídico, contraste, punto de inicio y término, relación, paradoja, vacío, diferencia, confín (border), etcétera. Por otro lado, no es posible seguir pensando el odio a la mujer desde un referente único. Este tipo particular de odio no puede inscribirse sólo en el odio al género interpretado, según las feministas, como acciones misóginas que van de la violencia verbal al asesinato. Bajo el concepto de "feminicidio" llegamos a un callejón sin salida. La violencia en contra de las mujeres no se explica simplemente por el hecho de que son mujeres. Si pensamos que efectivamente es así, las agravantes más importantes quedarán fuera de lugar. Sobre todo, la reflexión sobre los significados actuales de la violencia urbana y los escenarios por venir que de ello se desprenderán al nivel del desarrollo de la vida en sociedad. La idea de ginecocidio, que es la traducción a un grupo determinado (mujeres) de la categoría de genocidio, permite comprender el odio a la mujer como un problema de diferencia y frontera y su consiguiente proceso de des-diferenciación (borrar a la mujer como el otro). Además, incluye elementos tales como el desarraigo y lo que viene de "afuera" a Ciudad Juárez, importante porque es el elemento primordial de la vida moral de esta ciudad, conjugado con un odio de la clase gobernante a las clases subalternas, sobre todo en el ámbito de la subcultura industrial donde el rol de las mujeres es preponderante. Al interior de esta subcultura existe un odio fuertemente relacionado con la falta de educación y la incapacidad de expresar la vida afectiva en palabras y acciones pacíficas, ya que las personas que arriban a Ciudad Juárez lo hacen para trabajar, no para educarse. Un elemento que ha permitido el ginecocidio es la falta de conocimiento sobre el otro. Esto quiere decir que jamás se termina de conocer al otro porque no se le quiere entender, ni es necesario entenderlo. La presencia del otro significa la necesidad del sujeto de odio hacia un objeto que lo reciba mediante agresiones o acciones de otro tipo (verbal, emocional, sensorial o escrita). Esto es evidente en el papel del policía, que no ha terminado de conocer al ciudadano, o en el hombre que no termina de conocer a su pareja lo suficiente para evitar hacerle daño. O en un gobierno que no corresponde a las expectativas de cambio generadas. A partir de este desconocimiento del otro, el anonimato del asesinato corresponde a la predisposición de no dejar de observar a la mujer como un asunto privado que se usa públicamente, en particular cuando la mirada de los distintos actores fragmenta el cuerpo, las posibles causas y efectos de la violencia, y la propia categoría de mujer. Por último, una definición fundamental de la violencia es aquella que la piensa como relación. Efectivamente, también es una técnica y una acción, un acto y una imposición, cuyo componente diferencial es la fuerza. Al mismo tiempo, es un intercambio entre dos o más actores, donde el infractor (sujeto de la violencia) arrebata un elemento a su víctima (objeto de la violencia). En el caso de las mujeres el intercambio resulta total, porque la expropiación y la disputa es la vida misma. El ginecocidio en Ciudad Juárez, y el epifenómeno de desapariciones que ahora lo circunda, nos llevan a pensar en una estrategia selectiva, pormenorizada y altamente precisa, de un sistema político que aún no tolera los diferendos. Por eso es fundamental extender los aires democráticos que actualmente vive el país hacia la frontera norte y, sobre todo, extender el ámbito de la decisión, pues es en el campo de aquellos que deciden los rumbos generales del país, los lugares o las instancias en las cuales este problema deberá _______________________________________________ Nettime-lat mailing list [email protected] http://amsterdam.nettime.org/cgi-bin/mailman/listinfo/nettime-lat